EL ALFREDO LUCERO MONTAÑO • DE LA ESCUELA DE FRANFORT A LOS BALIZAJES DEL CANTINFLAS Y LA CHIMOLTRUFIA


DESPILFARRO VERBORREICO y RETÓRICA OBNUBILADA

Ensayistas, críticos, investigadores, literatos y poetas (a quienes llamaremos «intelectuales» sólo para estirar el término), raramente ablandan la rigidez de su jerga abstracta e indescifrable y su retórica obnubilada. Se entregan al despilfarro verborreico como si compitieran para ofrecer un producto literario no apto al sentido común; y con tal nebulosidad expresiva acaban espantando a los lectores. Toda lectura conduce siempre a este resultado: o el pensamiento se aclara o se confunde. «Si la literatura —declara Ignacio Taibo II— no baja de las supuestas alturas, para convivir con los ciudadanos comunes y corrientes, no tiene un espacio real, está fuera de la realidad» [Letras sobre papel, abril de 2000]. Y las alteraciones parecen hechas a propósito, quedando traslapadas las normas léxicas corrientes en un hermetismo o en ambigüedad de arrebatada elocuencia que huele a oportunismo, sin más compromiso que responder al encargo de la autocensura para generarse ventajas o para impresionar a la grey de mamertos con pedanterías indescifrables. El gran sistema de la retórica chapucera y la maroma mental es todavía una especie de patente de corzo en el submundo de los literatos. Y es que detrás de esa palabrería confusa y enmarañada se esconde una forma esnobista de expresión discursiva. Y habrá quien alabe o exprese satisfacción ante esa desbozalada incoherencia. Qué cómoda es la conciencia que no piensa en los demás y obliga al lenguaje a distanciarse de la realidad para erigirlo en sustitución de ésta. Esperpento de metafísica a la que recurre la competencia lingüística; una forma atrasada de cartesianismo. Pero —como ha dicho Timpanaro— el lenguaje no puede concebirse como realidad en sí mismo. Pues, «lo concreto es lo concreto», ha dicho míster Marx.


BALUMBA LINGÜÍSTICA SIN CONTENIDO SIGNIFICATIVO

En un indigesto libelo que salió publicado en el suplemento «Identidad» #1763 (gacetilla copiloteada por el Erasmo Katarino Yépez y el Jaime Cháidez Feílla) su autor, un tal Alfredo Lucero Montaño, aplicando una técnica más parecida a la de un truhán que a la de un escritor, nos muestra lo que viene a ser el singular ejemplo de un experto en «encriptar» patrañas. No está de más decir que el escribidor del articulejo es bitachi del enjambre de aduladores del Katarino Yépez (y a quien dedica su tartajo periodístico). Así son ellos, mientras dejan caer carretadas de maromas mentales para engañar a babiecas y, practicando la idolatría, se dedican a prenderse veladoras y a chuparse mutuamente las verijas. Pero no nos detengamos en pendejadas y vayamos al «corpus hermeticum» del mentado Lucerito.
Nuestro invitado inicia asi su disertación:

«La pregunta por el problema de la identidad plantea algo extremadamente grave para el hombre que la formula, porque la pregunta hace referencia a la misma posibilidad de existencia y realización del hombre, de todo hombre. Es la pregunta por la posesión de razón y lenguaje, lo cual equivale a preguntarse por la capacidad del hombre de esta región para expresarse. Expresar lo propio, y lo propio a su vez como expresión de su identidad aun desconocida. Expresión que ya da testimonio de la presencia misma de nuestro hombre» [Alfredo Lucero Montaño, Nuestra frontera, ¿en búsqueda de su identidad?, suplemento Identidad, domingo 11 de marzo de 2007].

Ceñido en posturas esquemáticas y fraguando miserables insensateces, el güey exagera y camelea. Y todo para nada (valga la antinomia). Ahora, ¿qué cosa «extremadamente grave» puede representar el hecho de cuestionarse con respecto al «problema de la identidad»? Y ¿si a alguien le vale pito y jamás de lo los jamases se hace tal «pregunta»? Absurda generalización para una categoría accesoria: la «cuestión» de la «identidad» habrá de servir como el guari o la talega en la se pueden meter desde representaciones mentales, componentes del método dialéctico, éxitos tangibles, partos de chilpayates y hasta la evolución de la vida misma («posibilidad de existencia y realización», «capacidad para expresarse», «razón y lenguaje»). Al Lucero le ocurre lo mismo que le sucede a los cristianos hipócritas: creen tan débil la palabra de Dios que su reino ha de sostenerse promoviendo mentiras.
«Sobre la existencia del hombre: Somos como esos presos a perpetuidad —ha escrito Ernesto Sabato— que construyen barquitos dentro de una botella, o lapiceras de colores» [Heterodoxia]. Si la pereza intelectual no anda muy en declive y, considerando que el concepto de «identidad» en que se inspira nuestro «guez» no hace distingos entre señorones y lacayos, y nos remite a nociones de «existencia» y «realización», entonces nada se pierde con buscarle chichis a las culebras; o sea, retrospectivamente hallar un modelo «ad hoc» que, a carta cabal, nos imprima en la estrecha «sique» el sello de la «identidad». Y, para tal efecto, qué mejor prototipo para ello que la serpiente del Paraíso; la primera dama del linaje «subversivo», la gran maestra que tuvo el hombre, pues ella quería «enseñarle» lo que era bueno.


DE LA ESCUELA DE FRANFORT A LOS BALIZAJES DEL CANTINFLAS Y LA CHIMOLTRUFIA

Luego, en tono levantístico, propio de un bato mamón, el autor del textículo de marras, entre obviedades y redundancias se descamina con un pastiche de marxismo mal digerido (y, sin duda, pepenado asistemáticamente de Ernest Bloch, Wilhelm Reich, Marx Horkheimer, Hebert Marcuse, Benjamin, Adorno, etcétera; y pasado en «baño-maría» por el desconstructivismo y el existencialismo sartreano):

«El hombre de esta región habla y razona, o más bien balbucea, pero siente este hablar y razonar como algo que le fuera extraño, ajeno. Algo que no le fuera propio y, por lo mismo, no lo expresase auténticamente. Intuye que tiene que romper con dicho lenguaje, lenguaje artificioso, hibrido, que tiene que ser sustituido, o bien, construido. Sustitución que conduce al mismo tiempo a un sentimiento de extrañamiento y vértigo existencial. Conciencia de extrañamiento que mueve a este hombre singular a preguntarse, nada más y nada menos, sobre su propia identidad»
[Alfredo Lucero Montaño, Nuestra frontera, ¿en búsqueda de su identidad?, suplemento Identidad, domingo 11 de marzo de 2007].

El bato recurre a una fraseología que ha perdido su capacidad conceptual y que no tiene efectos multiplicadores porque se dirige a un público específico que solamente alcanza a «entender» la balumba lingüística a través de sortilegios o con auxilio de una máquina desencriptadora de mensajes ocultos. O sea, la eficacia significativa del «rollo» textual radica en la conjetura arbitraria de cada lector. Y la nómina de «encriptadores» no es escasa, pues parece ser una prerrogativa del estatuto canónico. Además, el tema que el chaval aborda —la supuesta identidad del hombre que vive en la frontera— es una fabulilla bastante tatemada y que resulta de nula utilidad para el individuo fronterizo «común y corriente». Como si el problema de la «identidad» tuviera una importancia colosal para el simple mortal. Ya parece que veo a mi vecina —que vende chácharas de segunda en el tianguis— galopando en la caracola existencial de esa supuesta «identidad», minándose la autoestima porque su parlador lenguaje le es «extraño» y «ajeno».
Echemos un vistazo a otro parrafito mamón y sean testigos de la claridad mental:

«De la toma de conciencia para sí como sujeto surge la presencia de un a priori de carácter antropológico; un a priori antropológico que surge de su propia realidad humana, de su historicidad, en función de los fines y valores. He aquí justamente el comienzo concreto, histórico, de este hombre. El punto de partida será pues el hombre mismo, que deberá afirmar su propia realidad y rescatar su cotidianidad, su historicidad, en función de los fines y valores que exige este tipo de a priori, fines y valores que adquieren una dimensión de proyecto. Proyecto que se construye como ser en la esfera existencial y como deber ser en la esfera moral. En otras palabras, será mediante la afirmación de la propia realidad lo que permitirá al hombre de esta región expresarse con un acento que ha de serle propio y, al tiempo, buscar el sentido de esta singular realidad que va concretándose dentro de la universalidad de lo humano» [Alfredo Lucero Montaño, Nuestra frontera, ¿en búsqueda de su identidad?, suplemento Identidad, domingo 11 de marzo de 2007].

Impaciencia que pide lo imposible. Pero si las cosas en su más pura realidad no son como las pinta este fulano. ¿De qué hombre fronterizo habla el autor del neoescolástico redrojo? En sus premisas y deducciones no hay cabida para los seres de carne y hueso. Es fronterizo el sujeto que habita en Tijuana y en San Isidro; y quien vive entre los Pirineos y Vilchy es, también, un ser fronterizo. En rigor, y lejos de un lenguaje engorroso y mediado por una erudición postiza, las conjeturas del mentado Lucero Montaño deberían estar acopladas a una «especificidad» del problema sobre el cual especula y fijar con exactitud la fuerza objetiva de los contrastes, de las características socioculturales, que es menester observar para el pretendido análisis; es decir, que fenómeno —como categoría sociológica o filosófica— debe ser estudiado tomando en consideración sus características peculiares en el entorno de la actualidad real. Por los aditamentos tan abstractos que contiene su transverberación, los hábitos y valores de una vida moral o pervertida (por no decir «alienada») que señala en su articulejo pueden adjudicarse a cualquier individuo de cualquier latitud geográfica, y no sólo al hombre de frontera, «in situ» México-Gabacholandia. Pues la formulación teórica que prevalece en su redrojo es de una generalidad tan incomprensiva que puede tener cualquier significado que se le atribuya y su punto de anclaje puede situarse «enipléis». Por otra parte, no es congruente poner en un mismo nivel a los diferentes estratos y capas sociales que integran la masa orgánica de la «polis» fronteriza; me refiero a pránganas y pirrurris, cremas y jorobados, nacos y fresas, macuarros y yupis. No hay criterios unánimes entre pelusa «refinada» y la pelandusca «vulgar». «Por la concepción peculiar que se tiene del mundo —dice Gramsci— se pertenece a siempre a un determinado agrupamiento, precisamente al de los elementos sociales que comparten el mismo modo de ver y de obrar. Se es conformista de cualquier conformismo y siempre se es hombre-masa u hombre colectivo. La cuestión está en de qué tipo histórico es el conformismo y de qué masa se forma parte» [La formación de los intelectuales, p. 62].


DE TIJUANA A LA PATAGONIA

El tema de la «identidad» es un vestigio posromántico, socollada de un discurso que no resuelve nada. Es tan irrelevante como discutir en polémicas teórico-morales el asunto de la nacionalidad. Tipos duros e incultos que pululan del norte al sur ¿qué «identidad» van a procurar? ¿A qué bolero, chiclero, sacaborrachos o vendedor de tachas le preocupa y le inquieta la situación inherente a su identidad? Mi compita el poeta Hugo Vera Miranda, quien cantonea también en región fronteriza de la Patagonia, y que casi diarina cruza de Puerto Natales, Magallanes, hacia El Paso Laurita o Casas viejas (Argentina), no anda perdiendo el tiempo con devaneos propios de gente ociosa y con motivo de estupideces tales como «la búsqueda de la identidad del ser fronterizo». Al Hugo Vera ni le duelen ni le acongojan tales chingaderillas y, tampoco, escoge eso machacados temitas para ponerlos en la picota de la literatura.
La identidad del ser fronterizo se tiene o no se tiene; y se adquiere o se adopta por convicción o conveniencia y con distintos grados de intensidad, dentro de una constante histórica y sicológica; deviene por el sentido de pertenencia telúrica, conciente o inconciente, por la situación geográfica, circunstancias lingüísticas, etcé. Es parte de una realidad histórica y social que no nos hace distintos, ni peores ni mejores. Pero pretender conducir a la perrada a buscar su propia identidad es como aventarse un vuelo nocturno sin instrumentos de navegación.


CIENCIA ABSTRACTA, MORAL ABSTRACTA Y PROYECTO ABSTRACTO

El resto de la disertación del Alfredo Lucero Montaño tiene un sabor netamente metafísico, residuos de un marxismo vulgar que enmascara los conflictos de clase que sustituye por el egocentrismo telúrico. Se trata simplemente de deducciones que cuajan en prejuicios de un pueblo fronterizo sin historia. Un teoría (o proyecto) ligado a los mismos derroteros de la nueva izquierda norteamericana que paradójica y contradictoriamente apunta a reivindicar el sistema tecnocrático liberal corporativo y cuya dimensión humana de «autorrealización» se alcanza por medio de técnicas intelectuales interclasistas e independientes de la explotacion. Ingenuidad comparable a la de Bernstein y que doña Rosa Luxemburgo criticaba porque intenta desvincular del análisis dialéctico-materialista de la historia la lucha de clases, y representando una ciencia abstracta universalmente humana, un liberalismo abstracto, una moral abstracta. «Pero desde el momento que la sociedad real está constituida por clases —dice Rosa Luxemburgo— que poseen intereses, aspiraciones e ideas diametralmente opuestos entre sí, una ciencia genéricamente humana de los problemas sociales, un liberalismo abstracto, una moral abstracta son por el momento una fantasía, una ilusión» [Reforma social o Revolución, p. 201]. En otras palabras, una cantinela más del andamiaje ideológico del universalismo burgués.
Al men, pergeñador del indigesto texto ya citado, bien le haría dotarse de herramientas teóricas y descontaminarse —aunque sea un poco— del burdo intelectualismo mamón y pedante del que hace gala y holgura. Y así como ese bato está lo que resta de la cohorte. Es más probable ponerle un pantalón a un pulpo que desentrañar este tipo de «transcodificaciones».

Yo, por mi parte, mas allá de talonear quimeras, lo que ando buscando es a un carpintero que me haga una piyama de madera, lo suficientemente choncha para meterle todo el papelero y los casi dos mil libros que pienso llevarme a la tumba.


PANTANOS CONCEPTUALES Y EXPERTOS EN NO DECIR NADA

Los intelectuales —dice Jean Casimir— se dirigen solamente a ciertos sectores sociales minoritarios. Se les olvida o ignoran que el «yo» también es una voz colectiva y parece no importarles si sus farragosos enunciados se digieran o cumplen una «finalidad sin fin», como dijera Kant. Y todavía, con descaro e ingenuidad cínica, se quejan de que escriben y no hay receptores. Y ¿para qué quieren lectores?, ¿para hundirlos en su pantanos conceptuales, en los vericuetos de sus galimatías, en la falsedad pomposa de su retórica almidonada y en vagabundeos incoherentes? Siendo así, merecen el rechazo. Siguiendo a Lukács, el máster Pepe Revueltas afirma que en el momento en que la razón se disfraza, parlando el lenguaje de Esopo, los filósofos han de convertirse en perros, caballos, elefantes o cabrones que hablan y piensan antropomórficamente a través de una «crítica» elusiva, indirecta, pusilánime y complaciente. Ascesis de escribir sin decir nada o puerta abierta al oportunismo, la doblez y la ambigüedad: el escritorzuelo, articulista o gacetillero, mediante imposturas y falseamientos, se sirve de dicho lenguaje; y cuando es llamado a moverse teóricamente, lo hace aplicando groseras fórmulas anfibológicas o lanzando lisonjas de filisteo con el fin de acomodarse u obtener la prebenda de rigor. De esa manera, su «crítica» merece ser leída o escuchada, se vuelve glorioso ejemplo y se acepta el meritorio discurso porque se ha desprendido del «núcleo racional» —transustanciándose en una «crítica-acrítica»— en la que prevalecen únicamente los raseros de la «superestructura emocional», de una conciencia vacía de contenido que opera con el puro entusiasmo o el optimismo. Entonces, se logra el propósito de que las palabras ya no digan nada. Como afirma Revueltas: «Las palabras pierden por completo la significación que indican, como ocurrió con la ideología cristiana por los tiempos en que el agitador Savonarola intentó restituir las vaciadas significaciones a la pureza original de su antiguo contenido. La horca hizo pagar a Savonarola su osado proyecto de arrancar a la fe religiosa de su optimismo y complacencia ideológicos, y las palabras continuaron vacías» [Dialéctica de la conciencia, libro 20, p. 225].
¿Qué es lo que impide que la literatura no llegue al pueblo? La falta de correspondencia entre el creador y receptor inculto. No existe una producción de literatura popular ni la disposición o interés en los paupis por una literatura de alto rango. Falta la identidad de conceptos universales entre escritores y pueblo. Los intelectuales están separados del vulgo y no han sabido crear un pensamiento emancipador que coadyuve a consolidar una conciencia crítica en los estratos más vulgares de la sociedad. La unidad entre la perrada y la «intelligentsia» brilla por su ausencia y la correspondencia de conciencias o flujo recíproco de relaciones culturales entre las dos entidades es meramente formal y opera desde una vertiente «fetichizada».
Unos de los puntos cruciales para entender este fenómeno de distanciamiento obedece a las concepciones contradictorias que se tienen de la cultura. Y en efecto, para la casta de académicos e intelectuales de América Latina, el concepto de cultura deriva directamente de una tradición europea y tiene sus raíces históricas a partir del surgimiento de los estados nacionales, situación que difiere en sus componentes históricos respecto del proceso de integración sociocultural de Latinoamérica. «El surgimiento de las clases sociales básicas en Europa Occidental —dice Jean Casimir— permite entender la existencia a nivel nacional de una cosmovisión relativamente unificada, mientras la historia caribeña y latinoamericana apunta en sentido contrario. El proletariado y la burguesía en los países de Europa nacen del mismo estamento feudal y lucharon lado a lado contra el clero y la nobleza durante varios siglos; no es pues de extrañar que comparten ideales comunes, aunque la historia reciente revela grietas importantes en estos aparentes monolitos culturales. En los países subdesarrollados, las clases dominantes y dominadas no provienen de la diferenciación de una formación anterior. Sus prácticas sociales jamás tuvieron que sumarse para hacer frente a retos comunes, salvo en brevísimos períodos históricos. No se percibe ninguna razón para que compartan un mismo marco de pensamiento y un mismo sistema de valores» [Cultura oprimida y creación intelectual, p. 62].

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